¿Qué actitud debemos tomar antes los problemas que nos encontramos y encontraremos en nuestra vida? /¿Arriesgarse intentado buscar una vida mejor es de tontos o de valientes?
LA ISLA DE LAS DOS CARAS
La tribu de los mokokos vivía en el lado
malo de la isla de las dos caras. Los dos
lados, separados por un gran acantilado,
eran como la noche y el día.
El lado bueno
estaba regado por ríos y lleno de árboles,
flores, pájaros y comida fácil y abundante,
mientras que en el lado malo, sin apenas
agua ni plantas, se agolpaban las bestias
feroces.
Su vida era dura y
difícil: apenas tenían comida y bebida para todos y vivían siempre aterrorizados
por las fieras, que periódicamente devoraban a alguno de los miembros de la
tribu.
Pero quiso la naturaleza que precisamente junto al
borde del acantilado que separaba las dos caras de la
isla, creciera un árbol delgaducho pero fuerte con el que pudieron construir dos
pértigas.
La expectación fue enorme y no hubo dudas al elegir a los afortunados
que podrían utilizarlas: el gran jefe y el hechicero.
Pero cuando estos tuvieron la oportunidad de dar el salto, sintieron tanto miedo
que no se atrevieron a hacerlo: pensaron que la pértiga podría quebrarse, o que
no sería suficientemente larga, o que algo saldría mal durante el salto... y dieron
tanta vida a aquellos pensamientos que su miedo les llevó a rendirse. Y cuando
se vieron así, pensando que podrían ser objeto de burlas y comentarios, LA ISLA DE LAS DOS CARAS.
Y tanto las
contaron y las extendieron, que no había
mokoko que no supiera de la imprudencia e
insensatez que supondría tan siquiera
intentar el salto.
Y allí se quedaron las
pértigas, disponibles para quien quisiera
utilizarlas, pero abandonadas por todos,
pues tomar una de aquellas pértigas se había convertido, a fuerza de repetirlo,
en lo más impropio de un mokoko.
Era una traición a los valores de sufrimiento
y resistencia que tanto les distinguían.
Pero en aquella tribu surgieron Naru y Ariki, un par de corazones jóvenes que
deseaban en su interior una vida diferente y, animados por la fuerza de su amor,
decidieron un día utilizar las pértigas.
Nadie se lo impidió, pero todos trataron
de desanimarlos, convenciéndolos con mil explicaciones de los peligros del salto.
¿Y si fuera cierto lo que dicen? se preguntaba el joven Naru.
No hagas caso ¿Por qué hablan tanto de un salto que nunca han hecho?
Yo
también tengo un poco de miedo, pero no parece tan difícil respondía Ariki,
siempre decidida.
Mientras recogían las
pértigas, mientras tomaban carrerilla, mientras sentían el impulso, el miedo
apenas les dejaba respirar.
Cuando volaban por los aires, indefensos y sin
apoyos, sentían que algo había salido mal y les esperaba una muerte segura.
Pero cuando aterrizaron en el otro lado de la isla y se abrazaron felices y
alborotados, pensaron que no había sido para tanto.
Y mientras corrían a descubrir su nueva vida, pudieron escuchar a sus espaldas,
como en un coro de voces apagadas: Ha sido suerte.
¡Qué salto tan malo! Si no llega a ser por la pértiga.
Y comprendieron por qué tan pocos saltaban, porque en la cara mala de la isla
sólo se oían las voces resignadas de aquellas personas sin sueños, llenas de miedo
y desesperanza, que no saltarían nunca.
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