El aprendiz de Platero/Reflexiona: ¿Qué te sugiere el título? /¿De qué crees que va a tratar el texto?








En la antigua calle de San Francisco llamada después de la Platería o de los Plateros, porque en ella residió el gremio de los Artesanos que labraban y pulían la plata, estableció su tienda, desde el año de 1563, un modesto artífice a quien sus vecinos y compañeros conocían por su nombre de pila: el maestro Eligio. 

 Siguiendo la tradición de su familia, él rehusó fabricar joyas profanas para dedicarse únicamente a la manufactura de objetos suntuosos destinados al culto, porque comprendía que de ese modo sus obras perdurarían como las de sus mayores, y la labor de sus manos sería más meritoria si se empleaba en la construcción de aquello que estaba cerca de Dios. 

Reflexiona: ¿Por qué creía Eligio que debían pagar muy bien su trabajo?

 Ejercitándose en las mismas tareas, sus manos eran hábiles y delicadas, para fundir con perfección los copones y los cálices, de ornato minucioso; y cincelaba tan bellamente las custodias que, al salir de su taller, los rayos de oro brillaban tanto como los rayos del sol en la alborada. Viendo como se fundía el metal y cuajaba luego, según su voluntad adoptando las formas y contornos .

Eligio comprendió que, como no tenía hijos ni parientes cercanos, necesitaba buscar un aprendiz para transmitirle sus conocimientos,si quería perpetuar su fama y para que le ayudase en el trabajo, que cada vez desempeñaba con mayor lentitud, aunque la perfección fuera siempre la misma.

Reflexiona:

¿Qué crees que va a hacer el maestro Eligio para postergar sus conocimientos? Inquirió entre sus escasas relaciones, más pasó algún tiempo sin que se presentara algún solicitante. Al cabo, cierto prior le dijo que tenía noticias de un joven que había sido educado en uno de los conventos de Puebla de los Ángeles y que deseaba aprender el oficio de platero con algún artífice de renombre.

 Aceptó enseñarle el maestro Eligio, y una mañana cuando alzó la vista de la pieza de oro que bruñía, vio en el hueco luminoso de la puerta, la figura de un mozo de unos 17 años, que le saludaba con

timidez, mientras hacía gira, entre sus manos la gorra de terciopelo oscuro. Le hizo entrar y sentarse, y desde aquel día lo tuvo a su lado, mientras él trabajaba; le dio explicaciones, y de cuando en cuando le en comendó trabajos sencillos; emplear el soplete de boca y reunir pequeñas limaduras de metal que sus ojos ya no percibían. 

En tanto que trabajaba sin descanso, con sus dedos temblorosos y ágiles el viejo artífice daba consejos al joven aprendiz, que lo escuchaba sin pestañear, viendo cómo se plegaban y deshacían las arrugas de la calva frente: 

Mira decía el maestro de qué modo empiezo a dibujar este símbolo sagrado; primero suavemente, para que las líneas débiles sirvan de guía a la mano, en las siguientes, y de esa manera no lleguen a desviarse (dame aquella pinza.) Éste es el modo más sencillo y seguro de trazarlos o final de los cálices, de los copones y las custodias. En el interior de la tienda, sobre la basta mesa, que bañaba la clara luz una ventana con gruesos barrotes, el aprendiz frotaba con un paño y unos polvos las obras que ya estaban terminadas, para sacar brillo a todos los rincones ennegrecidos por los ácidos y por el fuego. 

Para no despertar la codicia de los extraños, el taller estaba en el fondo de la platería, y el aprendiz trabajaba con la puerta cerrada, mientras el viejo artífice sentado junto a la entrada se dedicaba a labores sencillas, sin dejar de ver, según su costumbre, el paso de la gente y el desfile de literas de las damas que iban a visitar el convento de los franciscanos. 

Así trabajaban todo el día aprovechando la luz del sol desde el amanecer hasta el ocaso. Con frecuencia el maestro Eligio se levantaba trabajosamente, y con mucha lentitud sin hacer ruido, iba a ver por la cerradura al joven aprendiz porque a pesar de la confianza que en él tenía depositada, no dejaba de pensar que hay pícaros que fingen ser honrados para mejor lograr sus fines perversos.

Reflexiona:

¿Por qué desconfiaba el maestro Eligio?

¿Qué pensaba encontrar al observar a su aprendiz?

Pero nada había tenido hasta entonces que reprocharle, ni en su honradez ni en su trabajo. Sólo en una ocasión cuando pulía un cáliz de oro, con relieves místicos, había notado el platero que su aprendiz tardaba más tiempo del necesario; pero lo atribuyó a la minuciosidad con que limpiaba los ornatos y dibujos menudos. Cierta vez, al observarle con detenimiento, observó que el joven se abstraía contemplando los símbolos, realzados en el exterior de la copas en torno de su pie; los medallones en que se veían los instrumentos mentos de la pasión; la cruz, los clavos, el martillo, la escalera, las

lanzas. Se abstraía al ver con atención cada objeto, como si reflexionara en lo que significaban, y a veces poseído de una especie de ensueño, alzaba lentamente el cáliz, con las manos juntas como el sacerdote al consagrar, en misa. Alzaba el cáliz hasta que un rayo de sol, al penetrar por la ventana enrejada, vería en él su cascada de oro, y arrancaba deslumbrantes resplandores que iluminaban la cara del aprendiz con una luz extraña. 

El maestro Eligio, al contemplar aquella escena en silencio sin moverse, volvía a desandar el camino con paso torpe y lento sin hacer ruido, y después de sentarse, transcurrido algún tiempo, gritaba con la voz un poco temblorosa. 

¿Qué haces Felipe? No reprendía el anciano platero a su aprendiz, a pesar de sus distracciones eran cada vez más frecuentes. Por el contrario a veces cuando lo tenía cerca, mientras el joven seguía la obra de sus manos, el artífice miraba el rostro del joven, y sonreía con la expresión benévola de un abuelo complaciente. Más un día en que el maestro 

 Luego, el maestro vio que revolvía aquellos fragmentos irregulares, y, después de desabrocharse el jubón, ocultaba uno de ellos.  

Ávidamente, sus dedos lo acercaron a la luz. Pero aquello que había creído oro, no brillaba; era una piedra oscura, alargada que el aprendiz había tallado en forma de cruz, laboriosamente. Años después a bordo de un galeón, llegó a Manila el joven que había sido aprendiz de platero; en el convento de Santa María de los Ángeles recibió el hábito, y se llamó desde entonces, Felipe deJesús.

Reflexiona:

¿Qué otro final le darías a la leyenda?

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