El toro de Creta/ Reflexiona. ¿Qué te sugiere el título de la leyenda?

 








El rey Minos de Creta prometió un día ofrecer sacrificios a Neptuno, el poderoso dominador de los mares. Para ello hizo venir a Creta a los bueyes más robustos de la Tierra, pero ninguno le parecía bastante digno del dios. 

Reflexiona.

¿Cómo imaginas que es el toro de Creta? Y Neptuno, complacido ante aquel regio homenaje, hizo salir de las ondas un magnífico toro. Era tan bello de aspecto, tan perfecto de forma y majestad, que Minos no podía decidirse a sacrificar animal tan soberbio. Por ello, en el rito augural celebrado en el templo del dios, en vez del toro surgido de la espuma del mar, ordenó que se matara a una víctima menos perfecta.

Reflexiona.

Por no cumplir el rey Minos su promesa, ¿qué crees que ocurra hacia el final de la leyenda? Indignado ante tanta deslealtad, Neptuno inspiró entonces al toro surgido de las ondas, una indomable ferocidad. Y la fiera enloquecida y mugiente, llegó a ser el terror del país. Euristeo, rey de Tirinto, encargó entonces a Hércules que fuese a Creta, no para matar al toro, lo que acaso para el héroe hubiese sido más sencillo, sino para apoderarse de él y traerlo sano y salvo al palacio real. Hércules, cuando vio al toro furioso, lo afrontó con impulso formidable, lo agarró por los cuernos y lo obligó con el rigor de sus brazos a doblar la cerviz ante él. 

Reflexiona.

¿Qué te sugiere la imagen anterior?

¿De qué crees que tratará la siguiente leyenda?

¿Habías oído hablar del rey Midas?

Los sátiros y las bacantes iban con el dios Baco; pero Isleño no había podido seguirle: algunos labradores lo encontraron ebrio y titubeando y le condujeron ante Midas, instruido por Orfeo y Eumolpo en los misterios de Baco. Este príncipe lo recibió magníficamente y lo retuvo durante diez días, que fueron empleados en jolgorios y festines. Al onceno día partieron para Ladia, donde este mismo rey entregó a Baco su huésped. Encantado este dios de volver a ver a Isleño, ordenó al rey de Frigia le pidiera todo lo que deseaba. Midas, sin medir lo peligroso de su petición, le rogó que todo cuanto él tocara se convirtiese en oro.



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