Los tres regalos del hada
Había en cierta ocasión un campesino muy pobre y muy bueno, que pasaba mil trabajos para mantener a su mujer y a sus siete hijos. Un día encontró en el camino a una viejecilla pidiendo limosna.
Se registró el bolsillo y le dio la única moneda que le quedaba. La vieja sacó entonces de su alforja una alubia blanca y le dijo al campesino, entregándosela: Plántala en la ceniza de la cocina.
A los pocos días, de la alubia brotó un vástago que se convirtió en árbol, el cual creció chimenea arriba, hasta llegar al cielo. Cuando llegó el invierno, el campesino estaba sin trabajo y no tenía nada que darles de comer a sus hijos. Pensó entonces en probar fortuna, subiendo a lo alto del árbol. Éste llegaba a una nube, sobre la cual estaba la viejecita que era un hada buena. Al ver al hombre, le dijo: Toma este mantel: él te dará cuanto desees. Sin perder momento, el campesino descendió a su casa, extendió el mantel sobre la mesa e inmediatamente apareció una comida apetitosa, sobre la cual se lanzaron todos con la avidez propia de quien tiene hambre atrasada. Desde aquel día no faltó nada en casa del campesino; pero una tarde se le ocurrió ir a la taberna para beber un vaso de vino y le contó al tabernero la historia del mantel. ¡Qué imprudencia! El astuto tabernero se dio maña para robársel durante la noche, sustituyéndolo por otro cualquiera. El campesino, entristecido, subió por el árbol en busca del hada. Ésta le dijo Toma esta talega. Ella te dará cuantas monedas de oro necesites para vivir cómodamente el resto de tu vida. Desde aquel día la talega proveyó a todas las necesidades. Al cabo de algún tiempo, el campesino volvió a la taberna. Tan buena maña se dio el tabernero que logró sonsacarle el secreto de la talega, y se la robó durante la noche, sustituyéndola por otro El campesino, desesperado, fue en busca de su hada buena.
Llorandoe implorando su perdón, le pidió ayuda. Ella dijo: Toma este bastón, el cual pegará a quien mandes durante todo el tiempo que quieras. Es mi último regalo.
¡Adiós! El campesino corrió a la taberna y dijo al tabernero: ¡Devuélveme el mantel y la talega ¡Yo no tengo nada tuyo! le contestó desvergonzadamente. ¡Bastón, a él! —ordenó entonces el campesino.
Y el bastón empezó a descargar palos sobre las espaldas del tabernero. Tantos golpes le dio que fue corriendo a buscar el mantel y la talega, devolvió ambas cosas al campesino y le rogó que detuviese al terrible bastón.
El campesino tomó alegremente sus maravillosos talismanes y mandó pararse al bastón. Después jurando para sus adentros no volver nunca a la taberna regresó a casa. El árbol había desaparecido de la chimenea. Y entre las cenizas grises asomaba la alubia blanca, pequeñita, pequeñita.
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